Índice
- La Demanda
- Demanda en la actualidad
- Del motivo de consulta a la demanda de tratamiento en niños y adolescentes
- Motivos que sustentan la demanda de terapia psicológica infantil
1. La demanda
Para intentar responder a los motivos por los que un niño acude a terapia psicológica infantil es de obligado cumplimiento comenzar con la demanda, la demanda de tratamiento, y que en primer lugar la diferenciaremos de la sintomatología que puede traer el niño.
El niño, aunque esto ya sea obvio, no acude a terapia, lo traen. Son los padres quienes en un momento dado articulan ante un profesional una demanda de intervención sobre el hijo.
Articularán un motivo de consulta, pero más allá de ello conviene averiguar cuál es la demanda implícita en él; dicha demanda expresa la motivación y los intereses subjetivos del paciente que determinarán al sujeto en su implicación para alcanzar la solución de su malestar. En el caso que nos ocupa, a la subjetividad tanto de los padres como del niño.
Determinamos al agente terapéutico en psicología como el elemento que toma contacto con una determinada estructura psicológica del individuo (del niño) con el objeto de modificarla alcanzando mejorías clínicas. En psicología el agente terapéutico es, en dependencia de la escuela de orientación, la adopción de un nuevo estilo cognitivo, la interpretación de una formación inconsciente, o el ubicarse de una forma menos perjudicial ante un familiar, o el de una conducta adaptativa a ciertas circunstancias, etc.
Ciertamente es preciso aclarar la diferencia del agente terapéutico en medicina y en psicología; son diferentes. En el contexto de la medicina, el agente terapéutico puede actuar sin que sea preciso la comparecencia del paciente como sujeto; en cambio, en psicología esto no es posible. Cuando nos referimos al paciente como sujeto señalamos los componentes subjetivos del sujeto que consulta. De alguna forma, podemos tomar la versión en el sujeto de ser un objeto que sufre, sobre el que vamos a aplicar un tratamiento con el objeto de atemperar su dolor; ahora bien, también está implicado en su dolor el ser como sujeto, donde tendrá una responsabilidad en su sufrimiento y también en su implicación para enfrentar una posible curación.
En medicina la intervención del facultativo puede dirigirse al paciente objeto, es decir, no precisa para su eficacia del paciente sujeto, a diferencia de la psicología donde la intervención del psicólogo solo tendrá influencia en el paciente objeto siempre que pase por la participación del paciente en su ser de sujeto. También lo podemos tomar bajo la determinación de que en psicología cualquier tipo de tratamiento solo puede llevarse a cabo bajo la condición de que el paciente expresamente lo desee y se comprometa. En última instancia, la intervención psicológica solo tendrá éxito si el paciente alcanza la motivación para realizarlo.
Esto lleva al psicólogo a formularse las preguntas acerca de cuales son las motivaciones del sujeto que se presenta para un tratamiento en referencia a su bienestar personal o psicológico; se formula preguntas de qué es lo que desea en relación a su propia persona y qué es lo que está dispuesto a hacer para alcanzarlo, esto es, qué es lo que desea conseguir con ello.
Por ahondar en algunas otras diferencias con el agente terapéutico en la medicina y la psicología nos encontramos con el dolor causante en la intervención. En medicina, mediante el fármaco, le es inoculado de forma imperceptible donde no se registra generalmente dolor alguno. En cambio, en el campo psicológico la propia intervención del agente terapéutico conlleva la aproximación mental del paciente, que se puede traducir en físico también, a lo que le hace justamente sufrir, y de ahí el dolor. El paciente asumirá esta carga adicional de dolor, displacer, en la medida en que note su incidencia en aquello que más le produce el malestar. De ahí la justificación de que el psicólogo interrogue en el motivo de consulta si existe otra motivación más honda.
Por otra parte, un motivo de consulta conviene que sea reformulada en términos de demanda, adquiriendo una serie de características propias:
- Estamos ante una problemática. No es suficiente adjuntar al motivo de consulta los síntomas que alguien sufre, ya que no podemos intervenir directamente sobre ellos. La intervención recae sobre las causas que lo han originado, bien, según la orientación en la que el psicólogo trabaje, sea por pensamientos distorsionados, dificultades de adaptación o participación inconsciente. Además, debemos de considerar que los mismos síntomas pueden tener su origen en situaciones bien diferentes en cada sujeto.
- El problema es personal. Bien bajo la dimensión de la relación con los otros, o con el propio sujeto. Solo podemos intervenir en la persona que consulta, a no ser que estemos ante una intervención grupal, familiar, por ejemplo. La demanda tiene que estar articulada bajo la premisa de un problema personal. Es decir, para que pueda darse la intervención psicológica la demanda que articula el paciente tiene que serlo en forma de un problema propio o de relación. En nuestro caso, más allá de que sea un problema para los padres o la escuela, tiene que ser algo que repercuta en la vida íntima del niño.
- El problema tiene que serlo de tal forma que el paciente quiera resolverlo. El niño puede conocer los problemas que tiene ya que sus padres se los enumeran o se lo hacen saber, pero puede darse el caso de que se muestre indiferente a ellos, como si no le perteneciesen o no estuviese implicado; puede deberse a la acción de los mecanismos de defensa. Sin embargo, conviene que demuestre que ello verdaderamente le preocupa. Por ejemplo, puede indicar que su problema le impide divertirse con sus amigos o conciliar el sueño en casa o sentirse culpable porque sus padres están muy preocupados.
- Ante un problema, el paciente solicita ayuda. Conviene que el paciente pueda identificar que el psicólogo puede ayudarle; es ahí donde la posibilidad de la eficacia del psicólogo se aúna al deseo del paciente. Sin duda alguna, en el caso de los niños, la identificación del psicólogo como alguien que puede ayudar el niño va a estar determinada por los padres, por el deseo de estos hacia el tratamiento y hacia su hijo.
Quizá ahora estemos en mejor disposición para entrever la diferencia entre el motivo de consulta y la demanda. En el motivo, los padres pueden describir una serie de signos, de síntomas, o una problemática más o menos objetiva, pero esta limitación nos indica otra formulación de preguntas que se subsume bajo el interrogante de qué significa esta presentación para el sujeto, o en nuestro caso, para el niño. La demanda conlleva la expresión de un deseo, de una solicitud explícita de ayuda.
2. La demanda en la actualidad
Desde hace ya tiempo, comprobamos que los padres centran la demanda de terapia psicológica infantil bajo la petición de pautas; lo que solicitan con mayor o menor grado de angustia son pautas, que les enseñemos a poner pautas a sus hijos. Lo que hace que nos interroguemos a diversos niveles: si nos ubican en una posición pedagógica, a nivel de docentes y, además, nos hace preguntarnos qué ha pasado con esta función normativa que siempre ha sido llevada a cabo por los padres, qué ha sucedido porque la sospecha es que ha desaparecido, mostrándose incapacitados para cumplir la función de poner límites a sus hijos. Quizá sea esta una de las causas por las cuales su demanda se limita a un recetario.
La actualidad, el medio social, nos empuja a lo inmediato, a la eficacia ligada a la perfección. Esta demanda de pautas y recetas está marcada por esta disposición.
Las consultas que los padres refieren es a problemas relacionados con la conducta, en torno a que el niño hace o no hace, bien en el ámbito escolar o en el familiar o en ambos. Por su parte, los padres acuden a Manuales, o escuchan a los gurús de la televisión, que sí imparten pautas para ser los padres que la época solicita, con el objeto de ser unos buenos padres que sean reconocidos como tales y así poder ser queridos incluso por sus propios vástagos intentando que sus hijos no caigan en esa bolsa de los llamados problemáticos y que, ya en el futuro, puedan engrosar las filas de los irrelevantes.
Desde nuestro lugar, estamos convocados a dar un giro a esta demanda recetaria. Intentaremos hacerles sentir que aquello que les sucede a sus hijos no se encuentra muy alejado de sus propias cosas, de sus propios procesos, tanto presentes como pasados; en definitiva, intentar una construcción de ser padres más que aquella tendencia social a hacer.
Respecto de la tendencia pedagógica en la intervención psicológica, apuntaremos dos determinaciones bien distintas que se han puesto en práctica desde el legado freudiano: Anna Freud y Melanie Klein.
Para Anna Freud la pedagogía y el psicoanálisis deben ir de la mano, mientras que para Klein la intervención terapéutica con el niño solo es posible a partir de una abstención en la función pedagógica. En cambio, si están unidas respecto a una reducción al mínimo de la intervención de los padres en el trabajo terapéutico con los niños.
Otra terapeuta infantil y de adolescentes, Françoise Dolto, observaba el haz de interacciones entre los padres y los hijos antes de iniciar un proceso de intervención psicológica infantil
3. Del motivo de consulta a la demanda de tratamiento en niños y adolescentes
Es habitual que en el caso de niños y de adolescentes que cuando se precipita algún problema sean los padres, los docentes e incluso los pediatras quienes lo detecten. Por su parte, el niño puede sentirse extraño o con culpa vinculado a algo de su comportamiento, aunque no lo va a asociar con un problema psicológico propio. Ya hemos indicado que serán los padres quienes van a consultar, se encargan de traer el niño a consulta y, por supuesto, autorizan a que el psicólogo pueda realizar un tratamiento o intervención psicológica sobre su hijo.
El agente terapéutico que se vinculará al niño o adolescente, concretamente lo hará mediante la parte subjetiva del niño, a lo cual habrá que añadirle la autorización de los padres o tutores responsables del infante.
Esto nos indica obviamente que la demanda principal vendrá de los padres, consistiendo en una petición de ayuda para su hijo. También puede suceder que los padres soliciten consulta a partir de que la demanda sea realizada por el docente o el pediatra, en cuyo caso nuestra opción será hacerles entenderla y asumirla como propia. En el supuesto de que no exista una demanda clara por parte de los padres, si no alcanzan a distinguir la demanda por lo cual consultan y el objetivo de la misma, e incluso aunque el niño pueda establecer un buen vínculo con el profesional que atiende, los padres tendrán la tendencia de interferir, convirtiéndose en un obstáculo para el tratamiento.
Realizar una consulta por el hijo, conlleva una herida narcisista, un dolor. Debemos volver a recordar que en el hijo se han depositado sueños, esperanzas, ilusiones, expectativas, y que en muchas ocasiones los padres no cuentan que pueda tener dificultades o que ellos mismo las tengan en la crianza de sus hijos. La decepción y las ilusiones se vienen abajo: del hijo perfecto, a padres ideales. Y se precipita la angustia que en muchas ocasiones es intolerable, hasta el punto de que, a veces, tampoco pueden soportar una entrevista con el psicólogo. En otras ocasiones, acuden a la desmentida, esquivando el dolor para ubicarse en la negación de cualquier contratiempo; por ejemplo, están en la consulta porque alguien les ha enviado, pero en casa todo va bien.
Por la parte de los niños, en la medida en que de entrada no entienden una problemática que les incumbe, no estarán en disposición de articular una demanda clara, al igual que en su caso lo puede hacer un adulto. Lo central es que el niño pueda percibir que existen cosas propias (ya sean temores o comportamientos) que le hacen sufrir y que, además, el psicólogo está en posición de auxiliarle.
Es preciso hacer la salvedad que los adolescentes que son llevados por los padres pueden articular una demanda propia, diferente a la que hacen saber los padres; esto nos indicaría que se trata de un sufrimiento personal que nos empujaría a tomarla como prioritaria, sin dejar de tener en cuenta la demanda paterna.
4. Motivos que sustentan la demanda de terapia psicológica infantil
A continuación, señalamos algunos de los motivos por los que se lleva a un niño al psicólogo infantil, aunque como ya hemos articulado, las razones tienen que ir acompañadas de una demanda para que tenga sentido el acto que se está llevando a cabo.
Algunas de las causas de llevar a un niño a terapia son:
- Dificultades en el aprendizaje (lectura, escritura, matemáticas)
- Dificultades de concentración
- Control de los impulsos e hiperactividad
- Problemas de conducta (agresiones físicas, verbales)
- Problemas en el desarrollo (mientras que sus pares empiezan a dominar el lenguaje, el niño balbucea)
- Cambios de comportamiento (control de esfínteres)
- Problemas adaptativos (separaciones de los padres, cambios de residencia)
- No jugar (ausencia de actividad lúdica)
- Dificultades en la interacción con los otros (ser extremadamente tímido y retraído)
- Inhibición
- Aceptar los límites y normas
- Acoso escolar (bullying y ciberbullying)
- Dependencia familiar
- Tristeza e irritabilidad frecuente
- Problemas en la alimentación
- Adicción a objetos tecnológicos
- Fobias a animales
No es necesario que estas razones sean tan visibles; igualmente son válidos los motivos de no verle feliz, de sentirle triste, o de no saber qué le sucede exactamente, pero algo le pasa, es decir un motivo en principio difuso, pero que detrás de ello hay elementos que lo sustentan.
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